Padres de horror y padres de honor

Me han contado que, hace poco, en un partido de baloncesto, un padre clamó contra su hija, e incluso la insultó, censurando su juego. Obviamente, pretendía que su retoño jugase mejor, pero la chica, en vez de animarse, se atolondró todavía más y se arruinó hasta ser sustituida. Negras escenas, como ésta, donde padres supuestamente bienintencionados destruyen a sus hijos, suelen ser frecuentes, y no sólo en competiciones de baloncesto, football y demás deportes, sino también en otros ámbitos de la vida. Hay fracasos escolares, laborales e incluso matrimoniales que se producen por injerencias paternas o maternas que en algunos casos son sólo desafortunadas, pero en otros horrorosamente impropias.

Pensemos en esos padres que, con supuesta buena voluntad, se proyectan en sus hijos, los quieren a su semejanza, e incluso a veces les exigen lo que ellos no pudieron lograr. ¿No les roban su libertad y se apoderan de ellos?. Y extremando la descalificación, ¿no los devoran?. Aún a riesgo de herir la sensibilidad de alguien, ilustro este horror de padres con la más estremecedora de las ‘pinturas negras’ de Goya que se exponen en el Museo del Prado, la que muestra a Saturno devorando a sus hijos.

Estremece, sí, la mera idea de acercarnos, incluso inconscientemente, a un modelo de padres como éste. Frente a este horror, el poema del libanés Jalil Gibrán nos sugiere cómo ser padres de honor. Dice así:


Vuestros niños no son vuestros niños.
Son los hijos e hijas del propio anhelo de vida.
Vienen a través de vosotros pero no provienen de vosotros
y aunque están con vosotros no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor pero no vuestros pensamientos,
porque tienen sus propios pensamientos.

Podéis alojar sus cuerpos pero no sus almas,
ya que sus almas moran en la casa del mañana
que no podéis visitar ni en vuestros sueños.

Podéis esforzaros en ser como ellos,
pero no intentéis hacerlos como vosotros,
puesto que la vida no mira ni espera al ayer.

Sois los arcos de los que vuestros niños parten como flechas vivientes.
Abandonaos en manos del arquero: será para bien.


Lúcidas advertencias y seductora invitación. ¿Cómo no aspirar a ser arcos perfectos, aunque no podamos evitar que se curve esta aspiración con nuestras numerosas y grandes imperfecciones?

Categories: Reflexión

Comments

  1. Yolanda Arzamendi
    Yolanda Arzamendi 11 diciembre, 2006, 23:20

    Querido amigo, nuevamente me permito el atrevimiento de mi humilde aportación a tu blog con mi opinión ¡Cuanta razón en tan pocas palabras! Si difícil resulta educar a los hijos, más difícil aún es dejar que aprendan de sus propios errores, esperar que acudan a nosotros cuando sus ilusiones se hayan roto y escucharles sin hacerles reproches por su actuación, pues bastante tienen con aceptar su propio fracaso. Nos creemos en el derecho de hacerles caminar con un yugo que les una a nuestras frustraciones y pretendemos que cumplan los proyectos que nosotros no fuimos capaces de efectuar y yo me pregunto si no será que pensamos: “Cuando mi hijo sea abogado, demostraré que soy inteligente porque mi hijo es una prolongación de mi y su capacidad de estudiar y aprobar se la debe a mis genes” ¡Craso error, por supuesto! Además está el asunto de nuestro comportamiento.¿Cómo inculcar el respeto a los demás si un padre no respeta a su hijo?. Cuando te hablo de dar charlas a los equipos de base igual me equivoco y deberíamos hacerlo para “algunos” (que no todos) padres «saturnianos». Un saludo
    Yolanda Arzamendi

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