Temblores, solidaridad y cizaña

Anteayer, jueves, 16 de agosto, fue día de temblores. Por la mañana, nos enteramos que, horas antes, varios seísmos concatenados habían arruinado parte del litoral de Perú, y temblamos solidariamente con los peruanos de allí y de aquí. Por la tarde, temblaron nuestros bolsillos tras el derrumbe de las bolsas europeas. Afortunadamente para los bolsistas, éstos suelen perder sólo parte de su fortuna, y además con posibilidades de recuperación, mientras que, por desgracia, muchos peruanos lo han perdido todo, irreversiblemente, hasta la gracia de vivir.

La desgracia peruana ha tenido un origen natural, las fricciones incontrolables entre las ‘placas geológicas’ de la corteza terrestre, y quizás por ello, entre otras razones, nos nace, también de forma natural, ser solidarios. Ojalá que tras el terremoto venga otra fuerza de la naturaleza (esta vez, de la humana), un tsunami de solidaridad y ayuda internacional; y que sea tan fuerte que venza las resistencias de las personas que se han escandalizado ante los casos de malversación de fondos de las ONGs y de otras organizaciones de asistencia (oficiales y voluntarias). Aunque haya cizaña en este trigal de solidaridad, no creo que éste sea el momento de intentar arrancarla poniendo en riesgo la cosecha de esta clase de trigo.

Sin embargo, el origen de las convulsiones bursátiles, como la de anteayer, es de índole social, creada por nosotros mismos al friccionar unos con otros, al desajustarnos, al desencontrarnos. Las crisis financieras, como lo dice la propia palabra, son quiebras de confianza, una ruptura generalizada de la ‘fianza-con’ los otros, un no fiarse mutuamente, solidariamente. Y cuando la crisis estalla, el salvoconducto suele ser una cruda insolidaridad, ese ‘sálvese quien pueda’ que invita escaparse como sea, a costa de cualquiera que sea. La desconfianza no se calma, y la insolidaridad no se frena, con meras recomendaciones a seguir confiando, sobre todo cuando los que así recomiendan son quienes, por fallos de comisión (banqueros e intermediarios financieros codiciosos) u omisión (Gobiernos y reguladores negligentes), han abusado de la buena fe de tantos inocentes. En este caso, retomando la metáfora bíblica anterior, no cabe esperar al ‘juicio final’ para separar el trigo de la cizaña. El juicio ha de ser continuo y ‘terminator’. Para este fin (de nuevo, la Biblia) las ‘inocentes palomas’ deberían aprender a ser ‘astutas como las serpientes’.

Categories: Reflexión

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