La situación económica:¿tiempos de lobo o sólo de vacas delgadas?

En otras palabras, ¿estamos abocados a una recesión o a una mera ralentización económica?. Según un chiste (del que ya dimos cuenta en el artículo “Ver según se mira”), si se reúnen cinco economistas para discutirlo, probablemente afloren diez opiniones a favor de una hipótesis y otras diez a favor de la otra. A tenor de tantas voces discrepantes que se oyen hoy en día sobre esta cuestión, centrada interesadamente en nuestra economía ante la cita electoral de marzo, parece que la realidad supera al chiste. La incertidumbre, agitada por el oportunismo, brilla hasta cegarnos.

Pero, ya lo dijo Antonio Machado (y lo canta J. M. Serrat): “Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Así pues, sólo podemos confiar en nuestro atrevimiento. Pensemos, y ¡que se haga un poco de luz al pensar!.

La amenaza.

Pensemos en el modelo de crecimiento económico que hemos tenido en el último decenio. Nuestro PIB ha crecido a ritmos elevados, creando empleo, reduciendo nuestra tasa de paro y acercándonos al nivel de renta per cápita de la UE-15. Sin embargo, la productividad por empleado no ha evolucionado tan bien, hemos cosechado más inflación que en Europa y nuestro crecimiento ha dependido en gran medida de la financiación externa, de recursos obtenidos en los mercados financieros internacionales.

Insistamos un poco más en lo último, porque por este flanco nos entra ahora el frío. El motor del crecimiento del PIB ha sido la expansión de la demanda nacional, sobre todo, del consumo privado y de la compra de inmuebles, aunque en los dos últimos años ha repuntado también la inversión privada en bienes de equipo. Por el contrario, la contribución de la demanda exterior neta (exportaciones menos importaciones) ha sido tan negativa que el déficit de la balanza de pagos se ha disparado hasta niveles cercanos al 10 % del PIB, que hoy en día son insostenibles. El modelo está agotado, o mejor colapsado, porque los mercados financieros internacionales, heridos por la crisis de los créditos hipotecarios en EE.UU, infectados después de desconfianza interbancaria, y zarandeados últimamente por la volatilidad bursátil, no nos van a permitir correr, como hasta ahora, por la autopista de la financiación externa. Abusando de la metáfora, cabe decir que en estos últimos meses no hay autopistas abiertas, sino más bien angostos y sinuosos circuitos. Y parece que el tráfico financiero internacional seguirá así bastante tiempo.

El problema afecta, directa y especialmente, al sector privado de la economía española, las empresas, los hogares y las instituciones financieras, que han sido los principales agentes del crecimiento económico, pero también del déficit de la balanza de pagos y de las necesidades de financiación nacional. Como es bien sabido, el sector público ha jugado a ahorrar, lograr superávit financiero, y achicar la deuda pública. Un juego, éste, que gustó mucho a los Gobiernos de Aznar, pero en el que también se ha complacido el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Una de las características del modelo de crecimiento económico que ahora se agota ha sido la recomposición sectorial de los déficit y endeudamientos nacionales: hemos pasado de una época (años noventa) en que las Administraciones Públicas españolas, en su conjunto, incurrían en déficit abultados que eran cubiertos por el ahorro financiero del sector privado, sobre todo el familiar, sin recurrir apenas a los recursos del exterior, a otra (años dos mil) en que el ahorro público abunda mientras las necesidades financieras de las empresas y los hogares desbordan la capacidad nacional demandando recursos en los mercados financieros internacionales. Como estos mercados ahora tiemblan, el modelo de crecimiento se cae.

Ciertamente, la economía se enfría. Pero, ¿tanto como para que en ella campee el lobo?. No lo creo, pero, aunque así fuera, nuestros gobernantes tienen suficiente munición para batirlo.

La defensa.

Poco calor se pueda esperar del sector exterior, al menos a corto plazo, a la vista de un contexto internacional tan tembloroso, un euro revalorizado, un diferencial de inflación desfavorable (frente a la UE) y una política monetaria severamente gestionada por el BCE. Sin embargo, sí se puede, y no poco, abrigar a la economía con una política presupuestaria expansiva.

¿Para qué, si no es para esto, hemos estado acumulando superávit público en los últimos años? Incluso en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) que disciplina las finanzas públicas de los países miembros de la UE se contemplan actuaciones compensatorias de esta índole. Sí, es el turno del sector público. El Gobierno central y los Gobiernos autonómicos deben tirar del carro, aunque ello les suponga cierto desgaste. Si el PEC postula equilibrios presupuestarios a medio plazo, podemos permitirnos incurrir en déficit público a lo largo de dos o más años, tras haber logrado un superávit en los tres anteriores (un 1,1% en el 2005, un 1,8% en el 2006 y un 2,3% en el 2007). Huelga justificar que en el caso de algunas comunidades autónomas, como la del País Vasco y Navarra, cuya holgura financiera es manifiestamente grande, el margen para acometar políticas presupuestarias expansivas es todavía mayor.

Otra cuestión es cómo llevar a cabo esta política presupuestaria expansiva. ¿Reduciendo impuestos o aumentando el gasto? Pensemos un poco antes de precipitarnos a regalar rebajas fiscales en el IRPF, en el impuesto de sociedades, en el de patrimonio o incluso en determinados impuestos indirectos. Llevamos jugando a ser europeos demasiados años como para ir ahora contra corriente y desviarnos de pautas económicas dominantes en la UE 15. La presión fiscal media en esta zona (cociente entre recaudación y PIB) es significativamente mayor que en España, así como lo son determinados indicadores de gasto público clave para elevar la productividad del trabajo y paliar la desigualdad social. Además tampoco beneficia a la sociedad la inestabilidad en materia de impuestos. No añadamos a la incertidumbre económica que ya existe un plus de aleatoriedad fiscal.

De ahí que la energía pública que conviene inyectar en la economía para calentarla ante fríos venideros tiene que ver más con el incremento del gasto que con la reducción de los impuestos. Aumentemos el gasto en infraestructuras y equipamientos sociales, en promover actividades de I+D, en potenciar el capital tecnológico y humano, y en otros frentes que deben reforzarse para ganar la batalla de la productividad. Fomentemos la inversión en viviendas sociales, hospitales y centros educativos. Y si hay que velar ante posibles problemas de consumo básico de la gente, y paliarlos con ayudas directas si emergen, demos un trato preferente a los inmigrantes, ese 10 % de la población que tanto han contribuido a nuestros “tiempos de vacas gordas” y que corren el riesgo de ser las “vacas más flacas” en el caso de que empeoren severamente los tiempos.

Termino. No espero al lobo, pero, si asoma, sólo necios pastores o gobernantes nos pueden dejar a su merced. Votemos para que no los haya. Quiero pensar que en nuestra economía van a pacer vacas más delgadas, aunque no flacas, sin la grasa que produce el consumo superfluo, menos infladas y menos inflacionistas. Voto para que, en esta complicada coyuntura, adquieran más músculo y eleven su productividad.

Categories: Reflexión

Comments

  1. Anonymous
    Anonymous 12 febrero, 2008, 00:04

    Con que claridad escribe. Es una pena no poder disfrutarlo en las aulas.

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