Pisar París

“No hay hombres mediocres, sólo observadores mediocres” (J. Joyce)

He estado en París un par de semanas. Deseaba pisar esta ciudad para avivar mis ojos, excitar mi curiosidad y recibir la luz que sólo da el don de observar. Y en efecto, he vuelto más lúcido.

Lo primero que observé de París fue su nombre, en mi casa, un mes antes de viajar, tras haber aceptado la invitación de un amigo que me ofrecía alojarme en su apartamento de la Rue Vaugiraud, cerca de la estación de Montparnasse. Era una mañana en que, tras haber leído el diario El País, me preguntaba, una vez más, qué podría hacer allí, solo, durante dos semanas. Entonces, me fijé espontáneamente en la palabra ‘País’ del periódico, y caí en la cuenta de que si intercalaba una rse convertía en ‘París’. Me hizo gracia, y empecé, juguetón, a combinar las cinco letras de este vocablo. Sonreí cuando comprobé que ‘Prisa’, el nombre del grupo propietario de El País, era una posible combinación. También fue fácil descubrir que ‘Pisar’ era otro posible resultado. Entonces lo vi claro: había estado antes, y varias veces, en la capital del Sena, pero siempre fugazmente, con ‘prisa’; esta vez no sería así, iría a ‘pisar’ París, a poner mis pies sobre esta gran urbe europea, a recorrerla a pie, mirarla y aprender de ella.

Me hice peregrino en París durante dos semanas, y en mi peregrinaje, lo reconozco con satisfacción, he contemplado sus fachadas mucho más de lo que he hurgado en sus entrañas. He sido, sobre todo, un peatón curioso, un ruante que ha admirado sus calles, plazas, jardines, catedrales, palacios, monumentos y museos, pero que apenas se ha adentrado en estos últimos, y menos aún en restaurantes, teatros, cines y demás divertimentos. No he utilizado buses, ni ‘bateaux’, y muy poco el metropolitano. En París, he explorado más el hábitat que los habitantes, lo cual no quiere decir que no haya observado también muchos de sus hábitos. El habitante parisino que más he admirado, con el que más he dialogado y compartido el tiempo, y del que más he aprendido ha sido el río Sena. De hecho, cuando me lo encontré en mi primer paseo, decidí sacrificar lo demás para dedicarme a él. Y es que el Sena habita Paris, como hábitat, habitante y hábito de los parisinos; es, como dice su propio nombre, el seno de París: esta urbe nació en él y se expandió a lo largo de él, en sus dos orillas.

El verdadero, o al menos más histórico, arco de triunfo de París no es el que se yergue en la Plaza Charles De Gaulle, no. El arco que ha dado el triunfo a esta ciudad, y que todavía lo sostiene, es el que forma el Sena al amamantar París (véase el mapa adjunto).Tras haberlo cruzado muchas veces a través de sus numerosos puentes y haberlo acompañado en su arqueante curso con cortos recorridos por ambas orillas, quise hacer algo más. Pensé en bañarme, e incluso en sumergirme en él; pero él mismo, con su briosa y corriente lengua, me desaconsejó. Estuve tentado de lamerlo a bordo de un ‘bateau’, pero me pareció un gesto demasiado superficial y vano. Se me ocurrió entonces, pasear con él, junto a él, a lo largo de todo el arco fluvial desde la estación de Austerlitz hasta el puente de Garigliano, pasando de la ribera izquierda a la derecha según me conviniese. Con este paseo esperaba contemplar mejor el esplendor de su gloria, esparcida a lo largo de las dos orillas. Lo hice en poco más de dos horas. Mi esperanza se cumplió.

Termino, por ahora, con dos recomendaciones. Si van a París, rúen por ella, perdiéndose entre sus calles, bulevares y avenidas, porque siempre se encuentra algo valioso. Pero, si de verdad quieren encontrar el alma de París, entonces no se pierdan entre animaciones, y vayan directamente al Sena. Mírenlo, remírenlo y admírenlo. Y si les gusta pasear, no hay como pasear con el Sena, junto al Sena, a lo largo de su arco de triunfo.

Categories: Reflexión

Comments

  1. Francisca Martín
    Francisca Martín 2 junio, 2008, 07:13

    Siempre nos quedará París.
    Y también siempre nos quedará Reykjiavik, Praga, Londres…

    Porque lo importante es poder, durante quince días, olvidarnos de cómo nos llamamos, de lo que hacemos diariamente, cambiar la vida cotidiana y pasear y pisar esas grandes capitales europeas. A poder ser huyendo de las masas de turistas, aunque es muy difícil, no tenemos más remedio que codearnos con el resto de los viajeros, en lugar de con los oriundos.

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