Fagor Electrodomésticos: ¿víctima de su grandeza?

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La anécdota. En mis años de estudiante de ciencias económicas en Sarriko había un bedel bastante estrafalario llamado Simón. Se pavoneaba ante los alumnos de los primeros cursos presumiendo de conocer bien el mundo de las cooperativas. Tras enterarse de que yo era de Mondragón y había trabajado en una de ellas comenzó a sermonearme. Cuando me veía en su merodeo por las aulas, solía repetirme más o menos esta cantinela: «No creo que el modelo de cooperativa sirva para empresas industriales». «El cura Arizmendiarrieta se  equivoca. Para tener éxito en la industria hay que ser una empresa grande y una cooperativa tiene que ser pequeña para no perder el espíritu cooperativista». Recuerdo que se expresaba con vehemencia, encarado, en un cara a cara tan cercano que era inevitable percibir su aliento preñado de aguardiente. Yo solía escucharlo pasivamente, con resignación.

La actualidad. Hace doce días leyendo el diario “El País” del 1 de Noviembre evoqué la conjetura de Simón, pero esta vez con agrado, alentado por la frescura de su actualidad y la fragancia de su plausibilidad. El periódico, en su última página, recogía una entrevista a Iñaki Azpiazu, un veterano cooperativista de Fagor Electrodomésticos que fue miembro de su Consejo Social  durante más de una década. He aquí, textualmente, algunas de sus afirmaciones: «Se ha demostrado que, conforme Fagor ha ido creciendo, los socios hemos ido perdiendo capacidad de presión  e influencia en las decisiones. Fagor ha sido víctima de su gran tamaño”. Y sigue: «Cuando yo entré en Fagor… la dirección pastaba con la gente de fábrica. Participábamos de las decisiones… Ahora no vemos a los jefes ni en el aparcamiento. El tamaño ha hecho que nos hayamos alejado de la gestión…Fagor ha acabado con una boca demasiado grande para comer». E insiste: «Lo peor que nos ha pasado es la falta de autocrítica, que era uno de los valores que tenía la cooperativa en su inicio. Ha habido mucha autocomplacencia, tanto arriba como abajo (en dirección y en trabajadores). Cuando una empresa se hace tan grande, se escapa del control de los trabajadores. Cuando éramos pequeños estábamos todos más involucrados». Y termina advirtiendo: «El cooperativismo tendría que ser más modesto. Como el resto de compañías  (las otras cooperativas) no tomen nota de esto…». El juicio de este experimentado cooperativista parece dar la razón a Simón, el diletante bedel de Sarriko. Pero sobre todo invita a reflexionar sobre el “efecto tamaño” de las cooperativas.

La reflexión. Hay muchas razones y experiencias (cuya explicación omito por mor de brevedad) que avalan la estrategia de aumentar el tamaño de una empresa en determinadas circunstancias y bajo ciertas condiciones para mejorar su competitividad y afianzar su futuro. Pero  hay también motivos para pensar que en el caso de las cooperativas late cierto conflicto entre su especial modelo de gestión empresarial y lo que supone «hacerse grande». Así, la escalada de inversiones, la expansión nacional e internacional, la conglomeración o agrupación de factorías con diversa gama de productos, la asociación con empresas no cooperativas, la masificación de los socios cooperativistas, la coexistencia laboral de personas cooperativistas y no cooperativistas, etcétera, son concausas que las hacen mucho más complejas, de modo que, bajo esta complejidad, se difuminan las relaciones interpersonales, se diluye la responsabilidad y el sentimiento de solidaridad de los socios, se distancian en conocimiento, información e incluso intereses los socios directivos de los de fábrica, se producen desencuentros entre consejos rectores y consejos sociales que lentifican y  desvirtúan la toma de decisiones, etcétera. En consecuencia, cabe esperar que una cooperativa se desnaturalice (por no decir se corrompa) conforme crezca y se expanda más allá de ciertos límites. En otras palabras, salvo sorpresas que rocen el milagro, las esencias del cooperativismo (transparencia, participación y solidaridad) no parecen compatibles con una existencia “a lo grande”.

De hecho hay muchos cooperativistas (como Iñaki Azpiazu) que se han manifestado en este sentido, y no solo ahora cuando ha estallado el problema, sino mucho antes. Recuerdo que hace ya una década mi hermano Alberto, cooperativista de pura cepa, socio trabajador desde el año 1967 hasta el 2009 en que falleció, solía decirme con nostalgia: “Esto no es lo que era”. Pero quizás la señal más clara de frustración es el grito con el que la gran mayoría de socios de Fagor han zarandeado estos días la ética de su agigantada cooperativa: ¡Nos han engañado! Engañar o dejarse engañar era impensable en el modelo de cooperativa de José María Arizmendiarrieta. Y este grito le habría sonado a blasfemia.

Lo reitero: un modelo de empresa grande con muchas filiales y participadas (algunas en el extranjero) no se casa bien con un modelo de cooperativa donde han de primar las relaciones interpersonales, la transparencia,  la participación activa de los socios  y la solidaridad  responsable. Imagino que hubo un tiempo (no sabría precisar cuándo) en que Fagor, en vez de apostar por una reconversión industrial respetuosa con su idiosincrasia, optó por expansionar su tradicional negocio de electrodomésticos, vía crecimiento e internacionalización, aspirando a ser una marca empresarial referente en un mercado cada vez más maduro, global y competitivo, aunque con ello se pusiese en riesgo la práctica real  (no la nominal) del cooperativismo. La quiebra de Fagor evidencia que esta estrategia de expansión no fue acertada.

Advertencia final. Ha naufragado una empresa grande, pero también, en el camino a esta perdición, se ha perdido mucho cooperativismo. Confiemos en que no naufrague el resto de la flota de cooperativas que compone el Grupo Mondragón, del que Fagor era su buque insignia. Que no zozobren como empresas, pero tampoco como cooperativas. Y en este sentido, un ‘aviso para navegantes’: la suerte del cooperativismo va a depender crucialmente de cómo traten a los náufragos de Fagor aquellos que todavía navegan.

Categories: Reflexión

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