Sobre la ‘cosa pública’ (1): la ‘Y vasca’.

Hoy, día en que tantos están felicitando al rey de España por su septuagésimo cumpleaños, regalémosle una tregua no mentando a la república y hablemos sólo de la ‘re publica’. La ‘cosa pública’, con sus pálpitos de bien común, me parece tan venerable que, de no haber tantos católicos neoconservadores y con tanta voracidad teocrática (no ya cristiana), la llamaría ‘cosa sagrada’ para resaltar su naturaleza ética o moral. Tras esta grave declaración de respeto, lo que critico de algunas de sus concreciones, como la ‘Y vasca’, sólo aspira a ser algo leve, cosas menores.

No he hecho un estudio sobre los costes y beneficios sociales del proyecto de tren de alta velocidad (TAV) para el País Vasco. Tampoco he tenido acceso pleno a estudios ya elaborados. Sólo dispongo de informaciones sesgadas y fragmentarias. Así pues, no sería prudente, por mi parte, enjuiciar tal proyecto con severidad. Pero puestos a apelar a la prudencia, creo que los gestores de esta cosa pública (entre ellos, el Gobierno Vasco con sus Consejerías de Transporte y de Medioambiente) han carecido de ella, al menos en el frente de la persuasión social y de la comprensión hacia las víctimas de este presunto ‘bien común’, como eufemísticamente podríamos referirnos al TAV.

Me explico. En cualquier proyecto social de esta envergadura los beneficios y los costes no suelen distribuirse por igual entre la población, pudiendo darse casos en que algunos grupos de personas pierden mucho más que lo que ganan mientras otros ganan mucho más que lo que pierden. Además los costes suelen asomar antes y con más certeza que los beneficios. De ahí que puedan producirse movilizaciones sociales contrarias al proyecto, sobre todo, si quienes más pierden a corto plazo y con evidencia han estado tradicionalmente desatendidos en el campo o la actividad que el proyecto pretende revolucionar.

Algo de esto pasa con el proyecto de la ‘Y vasca’. Parece obvio que sus beneficios potenciales recaerán directamente sobre las tres capitales vascas, y sólo indirecta e inciertamente sobre las poblaciones rurales o interiores de sus respectivas provincias, las cuales, en principio, habrán de contentarse con ver pasar al TAV u oír su estruendo. Por otra parte, estas poblaciones, algunas de las cuales han carecido, y carecen todavía, de infraestructuras viarias decorosas, deberán soportar grandes, inmediatos e indudables costes medioambientales, además de tener que asumir insuficientes compensaciones económicas por expropiaciones de terrenos y otros perjuicios.

En este contexto, no me parecen prudentes las manifestaciones de la Consejera de Transportes del Gobierno Vasco en el sentido de que quién se oponga al TAV va contra Euskadi; ni siquiera ante la desgracia de que ETA haya terciado en este asunto. Hay que ser más comprensivos con las verdaderas victimas de este presunto ‘bien común’, a pesar del perverso ruido que ha introducido ETA y aunque se cuente con la bendición del mismísimo Parlamento Vasco, porque, en referencia a esto último, conviene recordar que “vencer no es convencer”, y menos cuando la batalla de los votos se libra en campos parlamentarios tan mediocres como el nuestro (dicho sea con todo el respeto hacia su representatividad). Tampoco me parece sensata, hic et nunc, la mención que la Consejera de Medioambiente ha hecho de los peajes de entrada a las grandes urbes como una medida disuasoria del tráfico invasor y contaminante de los vehículos privados. No pocos provincianos, víctimas del TAV, pensarán que “además de heridos, apaleados”. Si las infraestructuras viarias se hubiesen desarrollado convenientemente en el vientre de los tres territorios históricos, y el transporte público hacia sus cabezas o capitales hubiese sido más fluido y barato, probablemente el proyecto del TAV habría sido mejor acogido y la propuesta de establecer peajes urbanos (vigentes ya en algunas ciudades europeas) no levantaría tanto resquemor. Las cosas (por muy buenas que sean) no hay que hacerlas ni proponerlas a destiempo.

El bien común obliga, se impone…, pero ¡qué cosas marginales tan feas jalonan la ruta de la ‘cosa pública’!. Y es que hay gestores de la ‘re republica’ que hacen intervenciones sociales quirúrgicas sin respetar normas elementales de cirugía estética, o lo que es peor, sin hacer siquiera labores de maquillaje. En fin, seguiremos hablando de estas y otras cosas menores de la gran ‘cosa pública’.

Categories: Reflexión

Write a Comment

Your e-mail address will not be published.
Required fields are marked*