Viaje al corazón de la emigración (2): En casa de un repatriado.

El corazón tiene razones que la razón no entiende (Blas Pascal)

Eran ya las cuatro de la tarde, cuando, tras navegar varias horas por el río Casamance, vislumbramos por fin el embarcadero de Bomudá, aldea mandinga que habíamos programado visitar. En su orilla, nos esperaban un adulto y dos niños. Eran Abdulahji y sus hijos. No sé por qué fotografié esta escena que observé en uno de los momentos de nuestra arribada: los pequeños, encarados hacia nosotros con ansiosa curiosidad, y el padre distanciado de ellos, dándoles la espalda y ladeado a su izquierda, como ausente o ido, con la vista perdida, sin mirarnos tampoco a nosotros.

Esta foto, sin embargo, no hace justicia a la cordial bienvenida que Abdulahji nos dio ni a la exquisita hospitalidad con que nos acogió e introdujo en la aldea. Recrea, más bien, las etapas de muchas aventuras emigratorias: ingenua ilusión al principio (reflejada en la actitud de los niños), cruda separación familiar después (distancia entre padre e hijos) y dolorosa decepción al final (padre repatriado, de espaldas ya a la ilusión de sus hijos, y sin mirar a las promesas de fuera ).

Recuerdo la amabilidad y la presteza con que nos ayudaron a desembarcar y amarrar la patera. Abdulahji nos saludó afectuosamente en francés y los chavales nos sonrieron mientras se apresuraban a coger nuestras mochilas y cargarlas sobre sus infantiles espaldas. No pudimos evitar, sin lastimar su orgullo, que éstos portasen nuestros bultos a lo largo de los casi dos kilómetros de trayecto entre el embarcadero y la gran casa familiar, a la que nos condujo Abdulahji llevando también sobre sus hombros una pesada nevera con botellas de agua y refrescos.

Abdulahji nos presentó a su padre y su familia, y nos acompañó en la cena y en la tertulia que la precedió y siguió, velando para que nos sintiésemos cómodos e integrados, antes de retirarse a su propia casa. Al día siguiente, acudió temprano para interesarse por nosotros, nos ofreció un excelente té y retornó con nosotros hasta el embarcadero portando de nuevo la abultada nevera.

Al despedirnos, nos sentimos muy incómodos recordando lo que nos había confesado la víspera: que hacía un mes había conseguido llegar en una patera hasta la isla de Fuenteventura, pero que le repatriaron al día siguiente sin contemplaciones. Había mucha tristeza en sus palabras, aunque no resentimiento, y menos resignación. Nos dijo que volvería a intentarlo en el otoño. No nos pidió ayuda. Su adiós fue elegante y el nuestro doliente.

La necesidad de un viaje de empatía: de Bruselas a Bomudá.

Quizás haya razones políticamente correctas (qué eufemismo más falaz) detrás de la Directiva de Retorno con que la UE pretende encarar el problema de la inmigración. No voy a discutirlas, porque temo que, si lo hago, se me hiele el corazón. Me limitaré a decir que, valorada desde la ética humanitaria, la respuesta de esta Europa Unida es poco o nada satisfactoria, por no decir deplorable, pues da la impresión que Europa se ha unido, una vez más, para defenderse del hambre ajeno, sin apenas asumir sacrificios propios, renunciando a ser un área de civilización abierta y solidaria. No es extraño que los Tratados de la UE susciten cada vez menos aprecio.

Estoy seguro que los muñidores de esta Directiva, tan defensiva y poco empática, no han visto de cerca el sudor, las lágrimas, ni incluso la sangre de los inmigrantes (que la hay). La burocracia de Bruselas no viaja más allá de sus asépticos despachos, carece de ojos compasivos… y en sus dictámenes abunda en prosaicos argumentos que carecen de la más elemental empatía.

Creo, o al menos quiero creer, que esta Directiva no sería la misma, si se hubiese escrito en Bomudá, con las llagas de la emigración a la vista. Quiero pensar que los burócratas de Bruselas, y sus Jefes de Estado, habrían sugerido otros tratamientos para este penoso problema. Imaginen por un momento a Bruselas paseando por Bomudá, o como está mi amigo Eduardo Tráver en la siguiente foto, rodeada por los hijos de este pueblo de emigrantes. ¿No se licuaría su máscara de hierro ?

Para ver la foto más amplia

Termino, por ahora. No sé si hay que regular, frenar o impedir los viajes desde Bomudá a España, a Europa… Lo que sí sé es que conviene que Bruselas viaje más a Bomudá, que la ayuda fluya con más empatía y generosidad hasta los países origen de los emigrantes. Los buenos remedios son aquellos que atacan los problema en su raíz, su origen. ¿Cuándo viajará finalmente el 0,7% del PIB europeo a los países pobres para que no tengan que emigrar?
Categories: Reflexión

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