Sobre la reforma laboral y sus razones

 -La razón no tiene dueño ni esclavos-

Anteayer se aprobó en el Congreso de los Diputados el decreto sobre la reforma del mercado de trabajo presentado por el Gobierno de ZP. El hecho de que vaya a tramitarse en forma de proyecto de ley hace  muy probable que se introduzcan enmiendas, a tenor de lo manifestado por los partidos abstencionistas y oponentes, cuyos representantes parlamentarios son, en conjunto, mayoría.  Por eso, porque este asunto sigue abierto, merece la pena insistir en las razones que justifican una reforma laboral y advertir sobre buenos y malos caminos.

Las razones de la reforma

Que casi el 20 % de la población activa  (más de cuatro millones y medio de personas) esté en el paro es una poderosísima razón para reformar el mercado de trabajo.

Que el empleo sea tan pro-cíclico (aumente mucho más que el PIB cuando la economía va bien y disminuya mucho más que éste cuando la economía va mal) también es otra buena razón para ello.

 Que la tasa de paro “natural” (la que no depende del ciclo económico sino de causas estructurales) sea mucho mayor en España que en la gran mayoría de países desarrollados indica que hay una especie de pecado original subyacente.

 Que el mercado de trabajo esté segmentado entre empleados con contrato indefinido y otros con contrato temporal,  de modo que la protección y derechos de los primeros se compensan con el desamparo y penurias de los segundos, es una lacerante injusticia.

 Y ¿qué decir de esa reliquia franquista de someter a las empresas a la disciplina de convenios colectivos de ámbito provincial y/o sectorial, independientemente de cuáles sean su situación particular y sus problemas específicos?. Que no parece ya razonable y debería revisarse.

 Por estas y otras razones, conviene reformar el mercado de trabajo. Ahora bien, el cómo se haga y el adónde nos debería llevar esta reforma son cuestiones más discutibles.

 Sobre la flexibilidad, tan bendita para unos y  tan maldita para otros.

 ¿Es razonable postular más flexibilidad en los contratos de trabajo ante situaciones y entornos tan cambiantes e inciertos como los que hoy encaran las empresas?. En principio, sí. La historia del progreso nos enseña que hay que adaptarse a los nuevos tiempos, e incluso reconvertirse si es preciso, y que para ello se necesitan márgenes de maniobra. Tienen razón los empresarios cuando postulan algo de esto. Pero la flexibilidad, que es una ventaja para el que la ejerce (la empresa),  es también un coste para el que la soporta (los trabajadores), y por ello hay que introducirla con prudencia, equidad  y acierto.

La flexibilidad no debería ser finalista, es decir, un fin en sí misma,  y tampoco un medio para mantener sólo, o sobre todo, las remuneraciones de los directivos y los dividendos de los accionistas. Debería contribuir, junto con otros factores, a elevar la productividad de las empresas por el buen camino, esto es, vía inversiones, tecnología, reorganización y formación del personal. Porque hay dos formas de elevar la productividad: una mala, reduciendo el empleo y haciendo de esta manera que la producción por empleado aumente; y otra buena, haciendo que la misma plantilla de trabajadores sea más eficiente por incorporar más capital físico y tecnológico, o por introducir mejoras técnicas y organizativas, o por formar más e incentivar mejor a los empleados, o por una combinación de todos estos factores. Obviamente, promover la eficiencia de esta manera es costoso para los directivos y propietarios. Los sindicatos se quejan, con razón, de que muchos empresarios son demasiado proclives a aumentar la productividad por el mal camino (despidiendo a trabajadores) pero, en cambio, son más  renuentes a avanzar por el bueno (haciéndoles más eficientes).

La flexibilidad en algunas de sus distintas formas (ajustes de plantillas, salarios, horarios y jornadas, recolocaciones funcionales y geográficas de los trabajadores, etc.) probablemente sea necesaria hoy en día en muchas empresas. Pero, ciertamente, no es suficiente. No basta para solucionar el problema básico de la economía española, el de su baja eficiencia y escasa productividad (de la buena). Y recurrir sólo a la flexibilidad es, además, socialmente injusto, pues, de hacerlo, el sacrificio recaería sólo, o sobre todo, en los trabajadores.

 ¿Pondrán el ‘carro delante del caballo’?

La reforma laboral en ciernes gira, sobre todo,  en torno a la flexibilidad.  Y ya nos advierten nuestros gobernantes que tengamos paciencia, que, al menos a corto plazo, padeceremos más pérdidas de empleo.  O sea que transcurrirá cierto tiempo hasta que el paro se aminore.  El decreto (ahora proyecto de ley)  crearía menos crispación social, si llevásemos tiempo trabajando en serio para  aumentar la productividad ‘buena’, esa que es más exigente con los empresarios.

 Con la Ley de Economía Sostenible (LES) se pretende  precisamente promover este tipo de productividad. Pero esta ley no ha nacido todavía, sino que, tras casi cuatro meses desde su presentación a  las Cortes, sigue encallada en comisiones como un proyecto dormido. Sería lamentable que la reforma del mercado de trabajo se aprobase antes que la LES. ¿ Una vez más el mundo al revés?

Se oyen ya quejas  por la huelga que proyectan los sindicatos para septiembre, pero no se protesta  por  los meses que llevan holgando nuestros parlamentarios con el proyecto de ley de economía sostenible. Qué mundo éste.

 

Categories: Reflexión

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